miércoles, 11 de junio de 2008

Los cuentos del conejo

Apareció caminando, como perdida en el pasillo de la facultad. Ése no era su lugar. Hacía rato que no podía explicarse para qué iba. Pero seguía haciéndolo. Ahora las presiones aumentaban, empujándola por ese rumbo. Le daba mucho miedo dejarse llevar y olvidar sus propios caminos.
Se lo había contado llorando y, aunque no recordaba cómo, él la había hecho sentir mejor. Siempre lograba eso. Quizás sólo con escucharla.
Pero ahora no estaba. Al menos no como antes. Y no sabía si volvería a estar. Y lo extrañaba tanto, tenía ganas de abrazarlo y terminar con esa tristeza. Tenía ganas de apoyarse en ese rincón de su pecho que eligió como propio, y que la hacía sentir segura. No quería irse a dormir de nuevo con la tristeza de no haber escuchado su voz.
Por eso no sólo estaba perdida en ese ámbito. Su mirada estaba extraviada. No se encontraba a sí misma.
Tratando de organizar su nueva rutina, descubrió que sería difícil administrar su tiempo y su dinero de manera que ambos le rindieran. A quién no le pasa. Seguía tratando de anular sus pensamientos, las lágrimas que inesperadamente intentaba surgir en sus ojos, y que ella detenía apenas a tiempo. No podía permitirse llorar porque quería tener esperanzas. Aunque se anuncie una tormenta, nadie abre el paragüas si no comienza a llover. A veces, no llueve. Por eso prefiere esperar, siempre queda algo de fe.
¿A quién, más que a mí, puede importarle todo esto? ¿Para qué contarlo?, pensaba. Pero su mano no detenía la escritura. Esperaba el regalo de no tener clases para seguir sumergida en su delirio.
El país está en llamas aunque no lo veamos. Ya lo demostró el humo que nos inundó. Se ríe de haber caído en un lugar tan común. Ella misma es un lugar común. Poco importa, sólo quiere expresarse. Y aunque todo se desvanezca en el incendio imaginario, sólo puede mirarse a sí misma. Analizar sus propios sentimientos. Y los de él, aunque sea equivocadamente.
Muchos otros antes habrán sufrido tanto o más que ella. Y salieron adelante. Muchos en ese mismo momento, muchos en el futuro. Aún así, no quiere tener que superarlo. Considera innecesario estar pasando por eso. Porque no importa cuánto uno planifique o mire a futuro, las cosas pasan como tienen que pasar. Mientras ellos destruyen sus mentes y almas tratando de evitar daños peores, como si pudieran evitarse. Como si supieran qué daño puede ser peor. Como si pudieran asegurar que lo que tratan de evitar fuera a pasar. Ponen en riesgo todo lo que tienen.
Ella está sentada en el pasillo vacío de la facultad. Él está en un aula, rodeado de gente, con sus pensamientos quién sabe dónde. Al menos se tienen el uno al otro.

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