martes, 13 de septiembre de 2011

Monstruos de lata

Un accidente terrible al comienzo del día entristece a la ciudad y empeora el caos cotidiano. En la hora más ansiada, la de la vuelta a casa, todo es desastroso.
Por la calle, los monstruos de animales vivos enlatados avanzan en manada. "Avanzan" es una forma de decir, sería más rápido y menos traumático si las distancias fueran más cortas y los animales pudieran trasladarse por sus propios medios. Tal vez siempre lo más natural sea lo menos traumático.
Mientras en las veredas las personas se amontonan insultando, rezongando, lamentándose, auto compadeciéndose porque los monstruos no para a devorarlos, ya saciada su hambre y sus estómagos demasiado llenos, dentro de las latas la masa amorfa de cuerpos, olores, historias, ideas, se va digiriendo. Los alientos se vuelven uno, las voces y los pensamientos se interfieren.
Entre todo eso, ella intenta mantener una idea, repitiéndola una y otra vez en su cabeza, tratando de no olvidarla y, en ese intento, dejar de percibir el paso cansino del tiempo que hoy demora más que nunca el cada vez más necesario momento en que será escupida otra vez a la vida.
Esa mañana un hombre escapaba por la ventanilla trasera del monstruo de lata y agradecía su suerte. Una milésima de segundo después, la idea de volver a entrar para rescatar a los atrapados lo invade. "No, sería estúpido, ya me salvé, estoy afuera, si vuelvo ahora todo puede explotar, incendiarse. Si me salvé del accidente ¿cómo arriesgarme a morir por volver ahí?" Pero hay gente dentro todavía y entonces se da cuenta de que el accidente no pasó, que es presente, que está ahí y que si tiene que morir da igual si no fue antes y es ahora. Porque todavía sigue ahí dentro y, sin importar cómo continúe su vida, seguirá ahí adentro por mucho tiempo más.
Hoy todos llegamos tarde a casa.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Me compré la vereda

Bajo del primer colectivo a mitad de cuadra. Comienzo a caminar hacia la esquina, justo a la vuelta están las paradas de los otros tres que puedo tomarme para volver a casa. Estando todavía a unos metros, veo que el semáforo me habilita para cruzar. Decidida a aprovecharlo -no sería la primera vez que, al llegar a la esquina, el semáforo corta y veo cómo alguno o varios de los colectivos que debería tomarme se está yendo- emprendo la carrera. Llego a la calle y descubro con espanto que no uno sino dos de mis posibles transportes se encuentran detenidos por la luz roja. En ese preciso instante el muñequito de la señal vial empieza a titilar ¡El espanto! Acelero un poco más, llego a la otra vereda, pongo un pie sobre la bajada para las sillas de ruedas y... el resbalón. Manotazos al aire, pataleo, descalabro, parece que consigo evitar la caída y... nuevo resbalón. Esta vez si, termino todita boca abajo contra el suelo, bien despatarrada. Todo en milésimas de segundos. Instantáneamente me levanto, pongo cara de "aquí no paso nada" y me dirijo al colectivo de atrás, al cuál todavía puedo alcanzar ya que el otro ya está doblando. Me subo, le digo al chofer "Me compré la vereda", sonrío y le pido 1,25, con la tarjeta. Los del colectivo de adelante, que tenían vista preferencial, y unos cuantos que andaban por la calle, todavía se estarán riendo.  No hay mal que por bien no venga.