viernes, 2 de septiembre de 2011

Me compré la vereda

Bajo del primer colectivo a mitad de cuadra. Comienzo a caminar hacia la esquina, justo a la vuelta están las paradas de los otros tres que puedo tomarme para volver a casa. Estando todavía a unos metros, veo que el semáforo me habilita para cruzar. Decidida a aprovecharlo -no sería la primera vez que, al llegar a la esquina, el semáforo corta y veo cómo alguno o varios de los colectivos que debería tomarme se está yendo- emprendo la carrera. Llego a la calle y descubro con espanto que no uno sino dos de mis posibles transportes se encuentran detenidos por la luz roja. En ese preciso instante el muñequito de la señal vial empieza a titilar ¡El espanto! Acelero un poco más, llego a la otra vereda, pongo un pie sobre la bajada para las sillas de ruedas y... el resbalón. Manotazos al aire, pataleo, descalabro, parece que consigo evitar la caída y... nuevo resbalón. Esta vez si, termino todita boca abajo contra el suelo, bien despatarrada. Todo en milésimas de segundos. Instantáneamente me levanto, pongo cara de "aquí no paso nada" y me dirijo al colectivo de atrás, al cuál todavía puedo alcanzar ya que el otro ya está doblando. Me subo, le digo al chofer "Me compré la vereda", sonrío y le pido 1,25, con la tarjeta. Los del colectivo de adelante, que tenían vista preferencial, y unos cuantos que andaban por la calle, todavía se estarán riendo.  No hay mal que por bien no venga.

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