martes, 23 de agosto de 2011

Frutologías III - La confianza

Bienvenidos a la tercera edición de esta pseudo-ciencia del chamullo que he dado en llamar "Frutología". Hoy nos convoca otro tema difícil ya que, considero, se trata de la base, la piedra fundacional de toda relación humana: la confianza. Para hablar de ella voy a utilizar una metáfora muy a lo "Bucay" (gran exponente de la frutología), que servirá para ejemplificar y graficar mejor mis teorías.
Pensemos a cada persona como un conjunto formado por dos elementos diferenciados: el "individuo" y la "pileta" (ya pueden comenzar a reírse).
Llamaremos "individuo" a la persona, el cuerpo, el ser capaz de interrelacionarse con los demás.
La "pileta" vendría a ser la personalidad de dicho individuo, su forma de ser, sus experiencias, sus pensamientos y sentimientos.
Antes de comenzar voy a pedir por favor que eliminen de su mente todas los dobles sentidos del tipo "sexual" ya que quizás mucho de lo que se diga sea plausible de ser interpretado como groserías, por comparación con otro tipo de metáforas que suelen utilizarse para tales fines.
Como ejemplo voy a tomarme a mí misma y trataré de darle forma a este concepto. Yo soy, por naturaleza, una persona muy confiada. Mi pileta está al aire libre, sin protección (¿ya se van dando cuanta a qué me refería con lo de las malas interpretaciones?) de ningún tipo y cualquiera puede pararse junto a ella y observarla. No soy agua pura y cristalina, tengo mis insectos, hojitas y ramitas flotando, algo de tierrita en el fondo, pero soy así, cualquiera puede verlo, sumergirse, conocerme. Incluso, tal vez por mi personalidad ansiosa y mi falta de reserva, suelo invitar a cuanto ser se atreva siquiera a pasar por la orilla a hacer un tour de buceo por las profundidades y conocerme "a fondo", sin demasiados requisitos previos.
Este suele ser mi primer tema de conflicto, porque hay personas a las que tanta "apertura", por contradictorio que parezca, les produce desconfianza. Les resulta sospechosa tanta hospitalidad, temen sumergirse en una trampa y que, en el momento menos pensado, una compuerta se abra y se los morfe un tiburón. Quizás algunos hagan eso, hay de todo en este mundo. En estos casos sé que el error es mío, está en no darme cuenta de que cierta gente necesita sumergirse de a poco, a su tiempo, sentir la temperatura del agua hasta lograr  confianza.
El segundo tema de conflicto se da cuando yo misma asumo que los demás son tan confiados como yo  y mi parte "individuo" va corriendo a "tirarse bomba" en sus piletas, chocándose a veces con enormes cobertores de plástico. Algunos transparentes, otros de colores opacos. Esto pasa porque no todos pueden ser tan abiertos, algunos tienen cosas que ocultar, otros fueron muy lastimados, otros simplemente son prudentes.
En el caso de alguien que anda con su pileta "al descubierto", me siento en igualdad de condiciones y puedo relacionarme sin problemas. No importa qué tan turbia o cristalina esté su agua, siempre me resulta más fácil poder observarla, sentir que tengo la oportunidad de conocerlo y si quiero puedo llegar hasta el fondo.
Cuando una persona tiene un cobertor transparente, la cosa se complica un poco más. Sin embargo, al menos puedo verlo, tener una idea de cómo es y, con el tiempo, que se anime a dejarme nadar  un poco.
En cualquiera de los dos casos, sin importar cuán distintos podamos ser, son personas en las que logro confiar, que confíen en mi y llego a desarrollar una relación de cariño.
El tema es con la gente que utiliza un cobertor opaco: ahí ya se complica del todo. Este es el caso en el cuál yo empiezo a perder confianza. Entiendo que, como dije antes, pueda tener que ver con miedos, con dolores pasados, con un montón de factores. Pero es la gente con la que más me cuesta relacionarme. Porque muchas veces vienen y se sumergen en mi pileta como si nada (en parte por mi propia culpa), pero al mismo tiempo no le permiten a mi "individuo" sumergirse en ellos. Y comienzo a sospechar que quizás su agua no es nada limpia o que debajo del cobertor hay un cardumen de pirañas o vaya a saber qué otra cosa.
Basuritas, insectos, ramitas, agua turbia, tenemos todos. Pero, para mi, es mucho más fácil relacionarme con alguien que se muestra tal cuál es, que deja ver esas cosas y nos permite decidir si queremos o no nadar en ellos. Los que se ocultan, los desconfiados, los "herméticos", me dan un poco de miedo.
Ojo que no estoy hablando de intimidad ni de los que no tienen ganas de contarte que "El fin de semana me comí a medio boliche" porque esas son cosas personales que no exigen ser compartidas para lograr que el otro confíe en uno. Hablo de los que nunca dejan muy clara su postura, su opinión, los que nunca se sabe bien qué sienten o piensan, los que no demuestran ni expresan o los que se escudan en chistes, jodas y temáticas poco profundas, a tal punto que, más que tener reserva, pareciera que ocultan. Esos son los que me dan sospecha, esos son los que me provocan desconfianza. Pero claro, como en todos los casos, uno nunca sabe cuál es el motivo para una actitud semejante: ocultar con malicia, no tener una opinión definida, ser algo inseguro, falta de interés. Y, como uno no puede actuar igual en todo el mundo, es necesario evaluar, con cada persona, cuánto tiempo debemos esperar para intentar "sumergirnos" en su pileta, cuánto podemos insistir en la invitación a su "individuo" a nadar en la nuestra.
Conocerse, confiar en el otro, lograr que el otro confíe en uno, es un trabajo que, creo, exige tres cosas fundamentales: interés, intuición y, sobre todo, tiempo.

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