lunes, 18 de agosto de 2008

Luz

Antes de que existieras (sobre la tierra, al menos), lo único que había era "el resto de mundo" y yo. A mí no me importaba lo que pasara en el mundo, ni al mundo le importaba lo que me pasara a mí. Hacía lo que quería, o lo que me salía, sin mayores consecuencias. A nadie podía afectarle lo que me pasara tanto como a mí. Lo que sucediera, mas allá de eso, no cambiaría mi vida. Y, si lo hacía, no sería radicalmente.
Pero un día, después de un proceso que podría juzgar fugaz e incomprensible, te tuve en mis brazos. Y todo se detuvo. Todo perdió importancia. Todo perdió el sentido que, aunque lo desconociera, creía que tenía.
Los frágiles lazos que me unían con el resto del mundo se rompieron, sólo pude verte a vos. Cualquier cosa que sucediera alrededor fue importante sólo si de algún modo te afectaba o se relacioaba con vos.
Entonces dejé de ser la que era, la que tenía miedo de perderlo todo por tenerte, la que le temía a esa enorme responsabilidad. El miedo a perder lo que para mí era importante se fue, porque nada siguió siendo tan importante como vos. Tuve que correr el riesgo. Sólo una vez que me atreví a ese compromiso de por vida, llegó la paz. Recién cuando pude sentirte, mirarte a los ojos, pude ver.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Cuentos solitarios VII (El final… ¿o el principio?)

Es el turno de ella. Que lo entiende, que ella nunca pudo olvidar los días que estuvieron juntos en la secundaria. Que, no hace mucho, también lo amaba o creyó amarlo. Pero eso pasó, como seguramente se le pasará a él. Porque no puede arriesgarse a tenerlo como pareja, que no resulte, y perder así algo que funciona tan perfectamente como lo que tienen. Algo tan puro y duradero. Porque no está en un momento para relaciones, quiere ser egoísta, dedicarse sólo a ella misma y a su carrera.
Le dice que si él necesita un tiempo para distanciarse y acomodar sus sentimientos, va a respetarlo. No quiere por nada del mundo dejar de ser lo que son el uno para el otro, pero mucho menos quiere verlo sufrir.
Entonces él se da cuenta de algo. Ella le habla como si le hubiera contado que está enamorado de la vecina. Le habla igual que siempre, con la misma naturalidad y dulzura.
Recién en ese momento entiende que nada va a cambiar lo que tienen. Que, más allá del amor que ahora siente por ella, comparten una especie de “enamoramiento” el uno por el otro que siempre estuvo y siempre estará.
Ya tiene su respuesta, y tanto tiempo sufriendo se devela como vano. Nada fue tan dramático, tan drástico, tan terrible. No llegará a su casa siendo el hombre más feliz del mundo, pero tampoco el más triste. Ahora sabe que hay una parte de ella que le pertenece y seguirá siendo suya a pesar de todo.
Puede ser simplemente que éste no es el momento indicado. Que el momento indicado lo haya perdido cuando ella lo amaba y él ni se enteró.
O que, en realidad, ese momento todavía no llegó…

lunes, 4 de agosto de 2008

Cuentos solitarios VI (Anteúltimo “capítulo”)

Se saludan efusivamente, eligen la mesa de siempre, no paran de hablar. Se ponen al día con las escasas novedades. Ordenan la comida, cada uno prueba del plato del otro.
Ella está relajada, disfrutando como cada vez que se juntan.
Él también está disfrutando, pero está nervioso. Tiene un nudo en la garganta porque no sabe cómo comenzar con lo que tiene que decir. Porque con el correr de la noche el miedo crece cada vez más: las dudas, la inseguridad, el temor de que ésta sea la última vez en que puedan estar juntos sin sentirse incómodos, desorientados. Si ella lo rechaza, no sabe si podrán continuar siendo amigos. Después de situaciones como esa las personas comienzan a sentirse extrañas entre ellos, pierden la familiaridad. No soportaría que eso pasara. Puede sobrellevar el no estar juntos, puede escucharla hablar de otros hombres, pero no podría perder esos momentos únicos que tienen. Soporta que le cuente sobre sus relaciones porque sabe que, no importa con quién esté, nadie va a ocupar en su vida el lugar que él ocupa. Sea el que sea, nadie puede sacarle su lugar.
Piden el postre, es el momento. Lo dice todo torpemente, de forma entrecortada, volviendo sobre sus palabras, corrigiéndose. En tanto tiempo de silencio se acumularon demasiadas palabras. Y ahora todas juntas se estrellan sin violencia sobre el rostro sorprendido de ella, que no alcanza a responder nada porque no le da tiempo.
Por fin se siente vacío de secretos y calla. El silencio parece eterno.

sábado, 2 de agosto de 2008

Cuentos Solitarios V

Por fin llegó la hora. Cada uno en su casa, preparándose para salir. Ella piensa que será una más de las tantas salidas juntos: la conversación, las risas, las confesiones. Realmente necesita eso.
Él sabe que, a partir de esta noche, las cosas van a cambiar. Para bien o para mal, pero van a ser distintas. No se atreve a imaginar quién será cuando regrese a su casa, si se sentirá el hombre más feliz del mundo, o el más derrotado y vacío.
Pero vale la pena resolver esa incógnita. Ya se tomó demasiado tiempo para "preservar la amistad". Ya se justificó de todas las formas posibles por no tener el valor de enfrentarla. Se acabaron las excusas.
Entre tanto pensamiento el viaje se hizo más corto que de costumbre. Increíblemente, él llegó primero. Y mientras se apoya contra la pared del bar y enciende un cigarrillo, la ve llegar...

viernes, 1 de agosto de 2008

Cuentos Solitarios IV

Se levanta temprano, lo mata la ansiedad de pensar que hoy será el día esperado. No sabe cómo puede reaccionar, qué es lo que ella siente, pero al menos va a animarse a decir por fin lo que a él le pasa. Tenga el resultado que tenga, siempre es un avance salir de esa situación que no lleva a ningún lado. Un amor en secreto que no se vuelve realidad pero que tampoco muere… no puede ser sano.
La llama y, como siempre, estaba durmiendo. Le encanta su voz de dormida a la mañana, no ve el día en que despierte a su lado. ¿Faltará poco para eso? ¿O será que eso no va a pasar?
En todo caso, a partir de esta noche, dependerá de ella.