lunes, 4 de agosto de 2008

Cuentos solitarios VI (Anteúltimo “capítulo”)

Se saludan efusivamente, eligen la mesa de siempre, no paran de hablar. Se ponen al día con las escasas novedades. Ordenan la comida, cada uno prueba del plato del otro.
Ella está relajada, disfrutando como cada vez que se juntan.
Él también está disfrutando, pero está nervioso. Tiene un nudo en la garganta porque no sabe cómo comenzar con lo que tiene que decir. Porque con el correr de la noche el miedo crece cada vez más: las dudas, la inseguridad, el temor de que ésta sea la última vez en que puedan estar juntos sin sentirse incómodos, desorientados. Si ella lo rechaza, no sabe si podrán continuar siendo amigos. Después de situaciones como esa las personas comienzan a sentirse extrañas entre ellos, pierden la familiaridad. No soportaría que eso pasara. Puede sobrellevar el no estar juntos, puede escucharla hablar de otros hombres, pero no podría perder esos momentos únicos que tienen. Soporta que le cuente sobre sus relaciones porque sabe que, no importa con quién esté, nadie va a ocupar en su vida el lugar que él ocupa. Sea el que sea, nadie puede sacarle su lugar.
Piden el postre, es el momento. Lo dice todo torpemente, de forma entrecortada, volviendo sobre sus palabras, corrigiéndose. En tanto tiempo de silencio se acumularon demasiadas palabras. Y ahora todas juntas se estrellan sin violencia sobre el rostro sorprendido de ella, que no alcanza a responder nada porque no le da tiempo.
Por fin se siente vacío de secretos y calla. El silencio parece eterno.

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