viernes, 12 de noviembre de 2010

De luchas y vidas perdidas

Leyó con sed, con curiosidad, con avidez y, en el tiempo exacto que tardó el colectivo desde que subió hasta que bajó, terminó el libro. Una historia que son muchas historias, historias que continúan hasta hoy en cada uno de los sobrevivientes. Y lloró con congoja, dolor, indignación. Lloró por el miedo y el espanto que le causa darse cuenta de que no hay límites para la crueldad humana. Lloró de bronca por la falta de justicia. Lloró como cada vez que siente repetirse esas monstruosidades cuando alguien las revive en un relato, un escrito, una película.
Saber que en otros tiempos no tan lejanos, tener ideas, leer un libro, ayudar o incluso sólo conocer a alguien podía significar, con suerte, la muerte. Sin ella, las peores torturas seguidas o no de la muerte. En esos tiempos eran muchos los que se animaban a correr semejantes riesgos sólo por vivir como pensaban. Se vivía y se moría por eso.
Todavía están acá esos hechos, la sangre, las heridas abiertas. Todavía están, no son pasado. Quizás nunca lleguen a serlo mientras exista alguien que se preocupe por recordarlos y mientras alguien más se conmueva al conocerlos. Ojalá así sea.

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