jueves, 26 de noviembre de 2009

Cucarachas enojadas

Se había quedado sola en su habitación, cosa que no sucedía tan a menudo. Pero siempre que ocurría Ella se planteaba qué haría si eso le pasaba estando sola. ¿Despertar a su mamá? ¿No está grande para eso? ¿Y cuando viva sola qué va a hacer? ¿llamar a un vecino? Esa noche, por primera vez, tuvo que enfrentarlo.
Justo cuando estaba a punto de acostarse, la criatura infernal apareció. Con su espantosa velocidad corrió a esconderse entre el desorden del escritorio.
Su corazón se detuvo unos segundos por el sobresalto y la reacción inmediata fue correr a buscar las armas. Insecticida y escoba en mano regresó a la escena del futuro crimen (¿cuál de las dos sería la víctima?) pero, al llegar a la puerta de la habitación, el miedo la paralizó. Temía entrar y que apareciera por sorpresa en el lugar menos esperado... y la atacara. Roció el marco de la puerta, la alfombra, el escritorio desde lejos. De repente, -quizás porque ya comenzaba a asfixiarse, quizás porque resultaba imposible que el insecto pensara (si es que piensa) que semejante pedazo de ser humano pudiera tener terror de sus 2 cms. de largo, lus finas patas y antenas y su color amarronado, tan propicio para esconderse en las sombras- corrió hacia Ella. La reacción fue rápida. Una mano temblorosa roció una garn cantidad de veneno bañando a la criatura, que una vez más corrió a refugiarse bajo el escritorio. Pero esta vez no llegó a hacerlo.
Ella se vio vencedora en la lucha, pero comprobó con espanto que el problema no había terminado. El supuesto cadáver seguía ahí, pero quién sabe qué tan muerta estaba (¿Hay niveles de "mortantdad"?). Debía sacarla de su territorio. Buscó la pala, juntó valor y la empujó hacia ella con la escoba. Con tanta mala suerte, que el golpe la dió vuelta. Bien muerta estaba, porque ni se movió, pero la imagen del bicho en todo su esplendor, como si aún pudiera comenzar a correr en cualquier momento, generó en Ella un ataque de pánico, dejándola inmóvil, con ganas de llorar y, una vez más, de llamar a su madre para que terminara con el trabajo.
Pero no, los valientes enfrentan sus miedos hasta las últimas consecuencias.
Tomó la escoba y comenzó a empujar la pala por el suelo, sin mirar, hasta llegar al tacho. Ahí la valentía fue enorme. Una vez más sin mirar, tomó la pala y despositó al insecto muerto en la basura.
Aunque el temor seguí y debió dormir con la tele prendida y la escoba y el insecticida a su lado, el orgullo la invadió. Había ganado su primera batalla.

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